Hoy os voy a contar la historia por la cual empecé a admirar un poquito más a los perros. Es una historia real de la que se llegaron a escribir artículos en la presa del momento. Es la historia del perro Greyfriars Bobby.
Bobby era un Skye Terrier que debió de nacer en Edimburgo en 1856. Era el fiel compañero de un hombre llamado John Gray el cual trabajaba para la policía municipal de la ciudad escocesa como vigilante nocturno. El perro siempre le acompañaba en sus rondas ofreciéndole su compañía para hacerle más llevadero el trabajo hasta que en el año 1858 y debido a una tuberculosis, John muere y es enterrado en el cementerio Greyfriars Kirkyard.
A la mañana siguiente del entierro, el guarda del cementerio tuvo que echar a Bobby de allí porque los perros tenían la entrada prohibida, pero al tercer día, el perro volvía a estar recostado encima de la fría y húmeda tumba del que un día fuera su dueño y compañero. Esta acción se llevó a cabo varias veces pero, por la mañana, el perro siempre estaba tiritando recostado encima de la tumba otra vez por lo que al final el guarda permitió que Bobby durmiese todas las noches sobre la lápida de su amo.
Así se pasó 14 años hasta el día de su muerte, negándose a ir a casas de nadie incluso en los días con el clima más adverso. Solía ir a un restaurante a que el dueño le diese algunas sobras para comer pero a esto no le dedicaba demasiado tiempo ya que rápido regresaba al cementerio a seguir acompañando a su amo.
El perro fue cogiendo fama en la ciudad y algunas personas iban a verlo al cementerio. Después de la muerte de su amo, Bobby perdió la licencia del ayuntamiento que debía tener todo perro para no ser ejecutado pero al llegar la solicitud al ayuntamiento, el alcalde, que también había oído hablar sobre este perro y que encima le gustaban bastante estos animales, fue a conocerlo y se apiadó de él pagándole la licencia de su propio bolsillo. De este modo, Bobby volvió a conseguir un nuevo collar y un comedero de bronce regalo del alcalde los cuales hoy en día se siguen conservando en el museo de Edimburgo o Huntly House (como también se le conoce).
Cuando el perro murió, la baronesa Burdett-Coutts mandó crear la estatua que hoy os presento aquí en memoria de este leal perro para que su historia no se olvide. Está ubicada en la esquina de la Candlemaker Row y George IV Bridge muy cerca del cementerio Greyfriars Kirkyard en el que se encuentra su tumba. Sobre ésta, la gente a cogido la costumbre de dejar palos (como si el perro fuese a salir corriendo para traerlos de vuelta), juguetes de perros, etc.
Hay un echo curioso con la colocación de la estatua y es que en un principio el perro miraba hacia el cementerio pero un día, de buenas a primeras, amaneció como hoy nos lo encontramos, y es de espaldas al cementerio. Se dice que es porque como es una de las cosas más fotografiadas de Edimburgo, al dueño que tuviese el bar que se ve justo detrás del perro en ese momento, se le debió de ocurrir la gran idea de conseguir publicidad gratis a costa de Bobby.
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