lunes, 9 de abril de 2012

Hachikō

Esta es la segunda entrada que dedico en este blog a la figura de un perro. Es muy curioso descubrir como estos animales pueden llegar a albergar tal lealtad hacia sus dueños incluso después de muertos estos.
El primero sobre el que escribí fue Greyfriars Bobby, un perrito escocés el cual tiene una historia que conmueve por la devoción y nobleza con la que actuó una vez hubo muerto su amo.
El protagonista de la entrada de hoy se llama Hachikō y su historia es muy similar a la de Bobby. Me sorprendió mucho el bajar en la estación de Shibuya y encontrar esta estatua que inmediatamente me trasladó a 10.000 km de distancia y me recordó esa otra historia entre dos amigos.
Pues después de esta introducción, intentaré contaros lo mejor que pueda la historia de este leal amigo del hombre.

Hachikō es un perro de la raza akita nacido en 1923 en una granja de la ciudad de Ōdate. Después de un viaje en tren de dos días metido en una caja en la que casi muere, llega a la estación de Shibuya donde sirvientes de un profesor del departamento de agricultura en la Universidad de Tokio llamado Eisaburō Ueno lo recogen para llevarlo a casa donde le estaría esperando la hija de éste. Pero ésta abandona el hogar paterno para empezar una nueva vida junto a su marido por lo que el perro pasa a ser responsabilidad del profesor el cual se termina encariñando de Hachikō. Este nombre se lo daría por el parecido de sus piernas delanteras con el kanji (símbolo japonés) que significa ocho debido a que las tenía un poco arqueadas.
Los dos formarían una pareja curiosa a la vista de todas las personas que para ir a trabajar pasaban por la estación de Shibuya ya que el perro todos los días acompañaba a Eisaburō hasta la estación cuando éste iba a coger el metro para ir hasta la universidad. El perro le esperaba sentado en el sitio donde hoy se erige la estatua hasta que el profesor regresaba de su jornada de trabajo. Poco a poco amo y perro serían conocidos por todos con los que se cruzaban y la historia de este perro que esperaba a su dueño en la estación se hizo bastante popular.
Pero un buen día de 1925, el profesor muere en la universidad y como es obvio el perro no se entera de esta muerte por lo que seguiría esperando a su dueño en la puerta de Shibuya, en el lugar de siempre, observando salir la gente que llegaba a la estación sin encontrar al profesor entre ellos.
Día tras día hasta su muerte en 1935 el perro acudiría puntualmente a su lugar habitual a esperar que Eisaburō apareciera entre la gente como lo hacía antes. La gente, que ya le conocía de verle todos los días esperando, le terminarían apodando como el perro fiel.


Esta historia se extendería como la espuma entre los habitantes de la zona de Shibuya los cuales decidieron honrar a Hachikō con una estatua de bronce mandada esculpir al artista Teru Ando ya que una historia como esta tenía que ser recordada por todos los que pasasen por la estación por los valores que representaba ya que los humanos, por mucho que nos creamos superiores, no llegaremos nunca a demostrar una lealtad y fidelidad igual hacia otra persona.
El día de la presentación de la estatua, Hachikō estaría presente pero más por seguir esperando la llegada de su dueño que por que se le honrase a él. Un año después de este echo, el perro moriría a los pies de su propia estatua después de una vida entera esperando a su amigo y compañero. Sería enterrado junto a su dueño con el que al final se terminaría reuniendo.

Esta estatua tendría que ser fundida en la Segunda Guerra Mundial como todas las de Japón para hacer armamento pero a los habitantes de la zona no se les olvidaría esta historia y mandarían volverla hacer una vez la guerra terminó.
Hoy en día es un punto de encuentro bastante popular para los habitantes de Tokyo llegando a veces a ser difícil encontrar a la persona con la que se queda por la cantidad de gente que suele haber congregada alrededor de ella.

domingo, 8 de abril de 2012

Nikkō

Hay varias excursiones que se pueden hacer en el día saliendo desde Tokyo que pueden ser bastante interesantes. Una de las rutas de la que más habíamos oído hablar antes de llegar a Japón era la de visitar la ciudad de  Nikkō, situada a 140 km al norte de la capital nipona.
Para poder aprovechar el día, decidimos levantarnos pronto e irnos hacia la estación de trenes de Asakusa. Desde esta estación se puede coger un tren de una línea privada (Tōbu Nikkō) que te lleva directo en aproximadamente dos horas. A nosotros ya se nos habían acabado los días de la Japan Rail Pass por lo que nos decantamos por esta opción que era la más sencilla. Ahora mismo no recuerdo ya cuanto nos costó pero me parece que no era excesivamente caro. Nos comentaron que también se podía ir hasta Nikkō con la JRP pero hay que hacer trasbordos. Siento no poderos dar más información sobre esta opción.
A lo que iba, nosotros cogimos el tren de las 9:10 de la mañana. Una advertencia, cuando vayáis a coger el tren, tenéis que montaros en los dos últimos vagones ya que a mitad del camino el tren se divide en dos yendo cada una de las partes a destinos distintos. 
Una vez en Nikkō lo más turístico es ver los templos. Para llegar hasta ellos se puede optar por caminar, lo cual os va a llevar entre 20 y 30 minutos, o bien coger un autobús justo en la puerta de la estación. Nosotros optamos por el autobús pero para seros sincera, nos timaron porque nos vendieron un pase diario cuando realmente en el autobús te montas como mucho dos veces. No lo compréis ya que si no es la subida va a ser la bajada pero alguna de las dos la vais a hacer a pie para ver un poco el pueblo por lo que con un billete sencillo tenéis de sobra.
Este pueblo es Patrimonio de la Humanidad desde 1999 por sus templos y santuarios todos ellos situados en las montañas que hacen del conjunto un lugar perfecto para desconectar del bullicio de Tokyo.


La historia cuenta que el sacerdote budista Shodo Shonin fundó en el siglo VIII el primer templo conocido hoy por el nombre de Rinno-jim. Este sacerdote llegó a Nikkō supuestamente a lomos de dos serpientes las cuales se transformaron en el Puente Shinkyo que cruza el río Daiya.
Este puente de madera y pintado de rojo es todo un símbolo para esta ciudad. Se cuenta que sólo podía ser atravesado por shōgunes y enviados del emperador dejando sin la posibilidad de utilizarlo al pueblo llano. Como curiosidad del puente es que hoy en día si quieres cruzarle tendrás que pagar una entrada, algo un poco absurdo teniendo en cuenta que si estás en el puente, éste no saldrá en la foto.




Pero el echo principal que hizo que Nikkō sea hoy en día una ciudad conocida en todo Japón por su esplendor fue la llegada del shōgun Tokugawa Ieyasu en el siglo XVII y que éste a su vez, eligiese sus montañas para construir su mausoleo. Pero no fue él quien lo construyó sino su nieto Tokugawa Iemitsu en 1634. El nombre elegido para este mausoleo sería Tōshōgū y para su construcción trabajarían en él más de quince mil artesanos llegados de todo el país para reflejar la grandeza y poder de esta familia.
Para llegar hasta este santuario hay que caminar por una ancha avenida rodeada por cedros gigantescos la cual termina en un gran tori de granito que da acceso al recinto del santuario. Lo primero que nos encontramos nada más cruzar la puerta es una pagoda la cual nos indica que en algún momento este santuario fue un templo budista. Ya en el interior nos empezamos a encontrar edificios increíblemente decorados con figuras de madera en los que los tonos dorados y rojos son los predominantes.






Para llegar hasta el mausoleo tendréis que subir bastantes escaleras que te dejan un poco sin aliento. Si la forma física no es muy buena puede costar un poco pero merece la pena el llegar hasta arriba y ver el entorno en el que se encuentra la tumba.
La bajada todavía nos deparará una de las imágenes, a mi parecer, más bonitas del complejo. Un mar de tejados en punta entre árboles altísimos rodeados de una niebla espectral que le da a la imagen un tono misterioso que se queda grabado en las retinas.
En el interior de este templo se puede ver la puerta de Yomeimon que con sus 11 m de altura y adornada con motivos naturales y animales es el símbolo de Nikko por la belleza que refleja que hace que la gente se quede embelesada observándola.


Mausoleo del shōgun Tokugawa Ieyasu



El otro santuario que visitamos en Nikkō es el de Futarasan que se encuentra a unos 500 m del  Tōshōgū con el cual se comunica por una avenida también rodeada por los gigantescos cedros y adornada con los típicos farolillos de piedra que podemos observar en todos los templos, santuarios, etc. de Japón. Este santuario no es tan impresionante como el anterior pero aún así merece mucho la pena visitarlo.
Este santuario fue creado por Shodo Shonin en el año 782 aunque sus edificios principales datan del siglo XVII.
Tanto para entrar en el santuario Tōshōgū como en el de Futarasan habrá que pagar entrada la cual si no recuerdo mal era unos 500 yenes (para cada santuario).


Santuario Futarasan 
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...